Profesor Carlos Alves
Cuando era niño y llovía en Artigas como solo sabe hacerlo aquí y en Macondo de “Cien Años de Soledad” donde llovió sin parar cuatro años, once meses y dos días; frente al Mercado Municipal, en el cruce de Garzón y Bernabé Rivera, mirando el agua desde los vidrios de la ventana- en el tedio de las siestas de lluvia interminable, la imaginación infantil me hacía ver a María Barquero con su bote, atravesando la laguna que allí se formaba y donde – a veces – aparecían anguilas que algunos niños capturaban y llevaban como trofeo.
Sólo mucho más tarde, supe que el personaje no había salido de los cuentos de la abuela y que había existido.
Aquí, en la historia de San Eugenio del Cuareim, un personaje real pero novelesco – medio leyenda y medio realidad – que transportaba con su bote a las personas que necesitaban atravesar la calle, donde se formaba una laguna que impedía el paso.
Como todo personaje mítico legendario, María Barquero no tiene historia, sus datos documentales son escasos y pierden precisión, se esfuman y cobran realidad los rumores, los cuentos, los vagos recuerdos que embellecen su figura y la hacen real en la poesía de la ciudad, que para ser tal, necesita de ellos...de su mágica figura legendaria.
Nadie sabe cuando ni cómo llegó al pueblo. De origen argentino, habría llegado al país en la época de la Guerra Grande, ignorándose con exactitud la fecha en que se instala en San Eugenio del Cuareim.
Hacia el año 1861, se casa con Fortunato Posada – el Juez de Paz – todo un personaje del naciente poblado; por lo que deducimos que ese matrimonio supuso un cambio de status para María Barquero.
¿Qué había sido antes? Nadie lo sabe y es mejor así.
Según la tradición tenía a su cargo los botes que cruzaban la llamada “Laguna del Mercado” por lo que la gente la llamaba MARÍA BARQUERA, MARÍA LA BARQUERA, O MARÍA BARQUERO; y esta imprecisión en su nombre es propia - también – de los personajes míticos legendarios.
Si se casó aquí – con el Juez de Paz – debió haber llegado sola y me la imagino mujer emprendedora, fuerte, capaz de remar un bote y así como surcaba las aguas, fue surcando la vida con empuje solitario... pero dueña de su propio destino.
Algunos vecinos la recuerdan en 1892 – dice el historiador Luis Augusto Rodríguez Díaz – como una china tirando a blanca, gorda y medio baja, con el cabello liso y que andaba siempre limpia y de delantal.
Otros – como Don Eladio Dieste – registraron que era una viejecita medio “chanchona”, que representaba unos setenta años, nariz ganchuda y ojos claros.
Los niños le temían – afirman otros – porque era medio bruja y tenía poderes para hacer “feitizos de amor y se transformaba en bicho con cabeza de burro”.
Baja, fuerte, aindiada, María Barquera pierde historia para llenarse de leyenda y mitología, hasta poseer poderes mágicos para el amor y para el misterio o el misterio del amor, que a veces, solo se explica con poderes mágicos que alguien debe poseer.
Quiero evocarla aquí, para rescatarla del olvido, como una mujer que supo vivir aquel duro comienzo de un pueblo casi perdido, que apenas nacía...navegando botes y navegando su vida.
Prof. Carlos Alves. 1991